Vayamos directamente al asunto sin intrigas ni esperas: Nos resultó verdaderamente asombroso el cuarteto de cuerdas número 8 en do menor, lleno de aproximaciones sinfónicas con apenas cuatro instrumentos que parecían tener sentimientos. Su autor, Dimitri Shostakovich, lo compuso a finales de los 40 o recién empezados los años 50; pero se produjeron unas circunstancias que nos parecen dignas de ser conocidas y por eso nos dan este impulso de hoy, tras haber escuchado en su día al Cuarteto Hagen en una interpretación antológica.
Hay que tener en cuenta que este compositor, además de mostrarnos su potente carácter y personalidad en su estimación “privada”, en el exterior mostraba la obediencia debida al Comité Central del Partido Comunista ruso, como pasaba con otros contemporáneos suyos afamados, tales como Bartok, Hindemith, Krenek, el “Grupo de los Seis” y la denominada “Asociación Rusa de Músicos Proletarios”, y eso de tener otros sentimientos que no fueran absolutamente patrióticos y revolucionarios no cuadraba bien con editores, profesores y mandamases de la patria. Pese a eso logró tres premios Stalin, que amparaban la descripción musical del heroico pueblo soviético, aunque el precio que pagaba era una progresiva introversión en su propia espiritualidad y en sus más íntimos sentimientos.
Ese carácter temperamental favoreció composiciones épicas para la música de películas, llevando a partituras e instrumentos, los sonidos de sus profundos pensamientos. Se trasladó a Dresde para escribir la banda sonora de la película “Cinco días, cinco noches”; pero necesitaba hacer algo más que le permitiera sacar notas que hicieran aflorar su sensibilidad. Así creó el Cuarteto de cuerdas número 8 en do menor opus 110. Lo dejó escrito en una carta a un amigo íntimo, posteriormente publicada, donde cuenta que mezcla penalidades de un cautiverio con otros rasgos, penas y alguna marcha fúnebre de Wagner. “Este cuarteto destila tal dramatismo teatrero que mientras lo componía eché una “enorme” cantidad de lágrimas. Cuando volví a casa, intenté tocarlo en dos ocasiones y de nuevo me deshacía en lágrimas”. “Aunque esta vez –añadió- no se debían a su carácter pseudotrágico, sino a lo maravillosamente cerrada que resulta su forma”. Y así se dijo: “pensaba que si me muriese, sería difícil que alguien compusiera una obra en mi memoria, de modo que decidí escribir yo mismo algo para ese fin. En la portada de la partitura se podría poner: “Dedicado a la memoria del compositor de este cuarteto”.