Aunque este año 2019 la Semana Santa se haya ido a la segunda quincena de abril, eso no quita para que, como hemos comentado aquí casi todos los años, estemos preocupados por los hechos de que, como dicen algunos titulares internacionales, en pleno siglo XXI tres de cada cinco personas viven en países donde se persigue de algún modo a las personas por razones de religión.
No hemos buscado nunca el contraste por sí mismo, pero no dejan de ser llamativas las cifras que se manejan por las organizaciones internacionales que a estos menesteres se dedican, aprovechando que hay que recordarlas por su impagable labor. La institución “Ayuda a la Iglesia Necesitada” ha divulgado datos que afectan a 196 países, en 17 de los cuales se dan graves violaciones a esta libertad, y en los que parecen dos que ahora levantan algo la cabeza y han de hacerlo entre ruinas. Hace poco vino por España el obispo siro-católico de Alepo y explicó cómo hace cinco años un misil destruyó su casa: “Salvé la vida de milagro y estaba muerto de miedo; sin embargo la Iglesia no puede abandonar. Me quedé para ayudar en lo posible y en la fe, y para dar esperanza a quienes más habían perdido”.
No todo hay que verlo en el mapamundi pintando en él miles de fuegos encendidos, y aros de humo y polvo. Hay lugares en los que no se podrá evitar, pero preferimos decirlo esta vez de otro modo: de los 196 países, en 38 se cometen violaciones importantes, concretamente en el 61% de la población mundial, donde se busca a las víctimas hasta la muerte; en 21 se sufre persecución y en 17 se padece discriminación. De una estadística a otra también se producen cambios de nombres, pues en lugares donde antes todo parecía paz y vida sosegada han resurgido nacionalismos y presiones varias que se apoyan en bien lejanas costumbres y tradiciones, sin olvidar los deplorables secuestros y modos de propaganda de tribus africanas que atacan a los poblados sin que se sepa nunca si serán liberados. Estos derechos fueron asumidos de forma internacional mediante la aprobación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que dice que “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia”.