El Papa nos recordó lo que somos, prolongando la frase evangélica de “Gratis habéis recibido; dad gratis”, la expresión que prefirió utilizar Jesucristo cuando envió por todo el mundo a sus primeros discípulos para difundir el Evangelio y el fundamento de lo que quería que fuera su espíritu y su razón de ser. Así, en su carta ante la Jornada Mundial del Enfermo 2019, celebrada solemnemente el 11 de febrero de 2019 precisamente en la ciudad que para la mente de muchas personas es la más destacada por lo que se ve, se vive y se respira, Calcuta, es decir, que bien podría decirse de dicho lugar como la ciudad en donde cada “hombre es pobre, necesitado e indigente”.
En realidad, es ciudad en cierto modo prototipo de donde sale la voz profunda, desesperada y desgarrada del ser humano que siente soledad, abandono, necesidad, incomprensión, enfermedad física o psíquica, hambre, y otras necesidades básicas; siendo lo más destacado que todos esos “males” se convierten en bienes al encontrarse con quienes reciben, adoptan, abrazan, entienden, limpian, cuidan, acarician y, con profesionalidad y ternura, entregan a todos su tiempo, su mente, el sentido renovado de sus vidas, la proyección hacia delante cuando cualquiera diría que por allí no hay vida que vivir con ilusión, ni futuro ni salida airosa para ninguna de las personas con las que uno puede convivir.
La vida es un don que hay que percibir como tal, para lo cual hay que desearla no como posesión privada ni particular, sino percibiendo los remedios en justas dosis de medicina en sí y en el deseo (visto en los ojos ajenos) de que existas, de que se te quiere. El mejor medicamento y más valorado por los pobres que no ven futuro alguno se llama reconocimiento, compasión, solidaridad. La figura de santa Madre Teresa de Calcula, modelo de caridad entre indigentes y enfermos, es el contorno recogido de su figura siempre con alguien –no importa la edad- entre sus brazos flacos y débiles, abrazando, dando aliento, dándose toda desde su corazón invadido de virtudes y ternuras, haciendo de dispensadora de la misericordia divina, defendiendo la vida humana, aunque allí toda vida parezca ser no deseada por quien la engendró, abandonada luego sin posibilidad de defensa ni de guía vital, descartada para las ambiciones que nos rodean y que son los propulsores del bienestar, el lujo, la riqueza, la impiedad… Cuando no se tiene nada no se sabe tampoco dónde está el sufrimiento que ha secado tantos lagrimales, cuando estas personas te están mirando sin expresión porque ya han perdido el pulso y la tensión propia de sus deseos fundamentales y de sus sentimientos.