Qué pronto se olvidan los elegidos de los que les han elegido. Una vez han cogido el acta de diputado o senador se la esconden en el bolsillo y se trasladan a otro planeta en el que no existen ni ciudadanos ni personas que un día tenían cara y voz. Ahora son invisibles. Ya no los necesitan para negociar lo que les interesa. Se han olvidado con rapidez de los que el día de las elecciones decidieron votarles. Y los votos se han transformado en cheques en blanco para que los beneficiarios los utilicen a su antojo. Así parece ser y así es. Son las reglas del juego. Pero el escenario tiene más protagonistas. Hay gente que observa la jugada y no se le puede defraudar después de lo que le ha costado decidirse.
Desde el 20 D hasta hoy se han acumulado las sandeces en el crucigrama que pretende alzarse campeón. Los partidos políticos han arremetido sin piedad contra el adversario sin pararse a pensar que a quienes realmente ofenden es al votante. Es insultante y rastrero criticar opciones políticas que han tenido un respaldo en las urnas de ciudadanos libres y conscientes de lo que han votado. Cuando se critica a un partido con saña se está mancillando el honor de miles de españoles que consideraron conveniente respaldar una opción política concreta, tan válida como cualquier otra.
Salvarse de los salvadores siempre ha sido una consigna que he mantenido en mi bolsillo al lado del corazón. La compartí en su día con Antonio Serrano, que fue mi director en la SER de Alicante cuando un 23 de Febrero a alguien se le ocurrió salvar España de no sé muy bien quién. Y la vuelvo a compartir ahora con todos los que votaron lo que creyeron conveniente. Con todo un ejército de españoles con nombre y apellidos a los que les quieren hacer invisibles quienes se sienten poseedores de las tablas de la ley rancia y casposa.
Sembrar el miedo de una hecatombe económica, política, histórica y social, es una operación desestabilizadora y canalla. España no necesita de salvadores, sean de un signo o de otro. El país ha votado y los españoles no quieren ser invisibles ni moneda de cambio para trapichear en nombre del «sentido común» y de las directrices europeas y americanas. Los elegidos tienen que leer cada papeleta de los electores.
Publicado en elmundo.es el 26 de Enero de 2016