AL PASO / Seso: menos sexo y más amor
RAMÓN GÓMEZ CARRIÓN
Todavía hay ‘especialistas sexudos` que hablan de tabúes en materia de sexo cuando la realidad de este país es que ha sufrido una escalada sexista en multitud de años hasta aburrir a las ostras. Hace ocho lustros que muchos necios confundieron la transición democrática con una inflación informativa, formativa y deformativa en materia sexual, defraudando expectativas sesudas, con ‘s’ de seso, de cerebro, de inteligencia racional frente a lo que algunos denominan ‘inteligencia sexual’.
Lo más importante en el sexo es el amor a juicio de unos pocos especialistas en relaciones de pareja que ven en hombres y mujeres algo más que instinto. Es posible que lo que falle en nuestras familias y nuestros colegios sea una educación sexual fundada en un discurso serio y sereno que valore los sentimientos por encima de los instintos; que ponga en valor el conocimiento del otro, añadido al conocimiento propio. No sería ocioso ni absurdo ayudar a los jóvenes a conocerse a sí mismos y a que esperen a conocer a los otros, a aquellos con los que se relacionan, para cimentar los sentimientos, sobe todo los amorosos.
Fue Sócrates, el maestro de Platón, el primero que formuló este extraordinario pensamiento: “conócete a ti mismo”. Y desarrolló una filosofía sobre la inmortalidad del alma y predicó la importancia de la virtud como fundamento de la felicidad. Sostenía que Dios hablaba a los hombres en su interior. Algo que el filósofo y teólogo San Agustín plasmaría en esta frase: “In interiore hominis habitat veritas“, “en el interior del hombre habita la verdad”. Y que complementaría con este otro principio: “Ama y haz lo que quieras”, “ama et fac quod vis”.
Desde el punto de vista filosófico parece evidente que nada puede ser querido y amado (hay matices entre ambos verbos) sin haber sido conocido. Lo del ‘amor a primera vista’ no deja de ser una frase hueca, un sinsentido. El conocer el objeto de nuestro amor es lo que le da sentido al acto de amar. Cuando se confunde el sexo con el amor es cuando vienen los problemas. Y si no hay confusión sino que se busca el sexo por el sexo es cuando se produce la reducción al instinto, algo común a las relaciones de muchas parejas que terminan mal antes o después (más bien antes), en ocasiones con malos tratos, con lo que llamamos violencia de género.
Es cierto que cuando se acaba el amor lo mejor es separarse. Pero no es menos cierto que nadie debería emparejarse sin asegurarse previamente de que los mimbres de uno y otra (o de otra y uno) son compatibles para hacer un buen cesto. Lo de los mimbres tiene su enjundia. Las mujeres (y los hombres) tienen que tener presente la cruda realidad. La violencia de género no va a menos pese a leyes y campañas, a manifestaciones y carteles colgados en las fachadas de los edificios de la Subdelegación del Gobierno y del Sindic de Greuges (defensor del pueblo) o porque cada cuando salgan a la puerta de los ayuntamientos alcaldes, concejales y algunos funcionarios a protagonizar un minuto de silencio. Siguen incrementándose las muertes de mujeres a manos de criminales energúmenos.
Está claro que no hemos sabido atacar la raíz del problema. El sábado pasado, el diario Información publicaba una doble página con estos titulares y sumarios: “La violencia de género entre los más jóvenes se desboca en la provincia”; “las denuncias por agresiones machistas entre los 18 y 25 años superan cifras máximas”; “los malos tratos en el ámbito del hogar también se incrementan”. La socióloga Marta Monllor sentenciaba: “En los colegios e institutos se trabaja la prevención, pero no se actúa en la base del sistema, los valores”. ¿Y en la familia? Pero ¿hasta cuándo seguiremos mintiendo edulcorando el fracaso de las familias rotas por los divorcios y separaciones que llevan el mismo ritmo que los matrimonios y parejas de hecho? Fracaso educativo en la familia y fracaso educativo en los centros docentes.
La revolución pendiente no es la de “haz el amor y no la guerra”, que habla, en el fondo del sexo por el sexo, sino ama a tus semejantes como a ti mismo. Pero con valores. Amarse a sí mismo tras conocerse a sí mismo, no engañándose con botellón, drogas, acoso sexual y otras violencias machistas.
Volvamos a Sócrates y convengamos en que la felicidad no la dan el alcohol y las drogas y el sexo sin amor, sino la virtud, la principal de las cuales es el amor. Si los padres amaran de verdad a sus hijos les dedicarían más tiempo y cuidados y recibirían la recompensa del amor de los hijos en lugar de la violencia de los hijos en fase creciente como en colegios e institutos. “Un mandamiento nuevo os doy, que os améis los unos a los otros como yo os he amado”, les dijo Jesús a sus discípulos para que llevaran ese mensaje a todas las gentes. Amor hasta la muerte. Eso fue lo de Jesús y eso fue lo de Sócrates. Ejemplos para Platón, para Aristóteles, San Agustín, Santo Tomás y tantos otros filósofos y pensadores que por fin van a volver a las aulas para mejorar la formación de las nuevas generaciones. Aunque no será suficiente mientras sigan abundando dirigentes políticos que siembren el odio entre los españoles en lugar de la reconciliación ‘amorosa’ para un tiempo nuevo.