Almendros y almendras
Por TONI GIL
He estado recientemente en las comarcas del Bajo Aragón, Alcañiz y alrededores, donde en cualquier calva de sus montes y serranías se enseñorean olivos y almendros. Pregunté allí por esa plaga fastidiosa y nadie me confirma que haya aparecido por los alrededores. ¡Qué azares tienen los bichos esos que –de momento- sólo se han aposentado por la Marina Alta…!
El día de la Santa Faz, a la hora de comer en una casa de San Juan, me sirven de aperitivo, entre otras viandas, almendras fritas. Me sorprendo de su forma y tamaño, porque en mi modestia tengo unos veinte almendros en mi campo agosteño (marcona y llargueta) y las que me dispongo a probar son más pequeñas y con forma de pistacho. Me aclaran que son australianas, y uno se pregunta si es rentable su transporte por medio mundo para llegar hasta aquí, y si se realizan las necesarias comprobaciones sanitarias en las fronteras.
Es que la almendra es tan del centro del turrón que hasta el sustantivo ha dado nombre a los espacios tradicionales de las ciudades –se habla de la “almendra central” de Madrid, por ejemplo, que no quisiera que ni californianas, ni turcas –otro origen desde donde parece que nos están enviando- ni mucho menos estas australianas estén en el turrón de las próximas Navidades. Pido, sencillamente, que en los datos de su composición se informe con qué tipo de almendra y de qué origen se ha fabricado.
Y como estoy utilizando masculino y femenino para definir el árbol y su fruto (sin ánimo de establecer paralelismo alguno), aprovecho para recoger las opiniones de algunos contertulios con los que comparto mantel, sobre la verborrea de tanto político que utiliza el “los niños y las niñas” –más fácil sería decir “los menores”-, “los ciudadanos y ciudadanas” -en lugar de “los electores”, por ejemplo-, y tantos otros duplicados. Mientras tanto, me dicen con cierta sorna, hay muchos profesionales –pediatras, que no pediatros; homeópatas, que no homeopatos, economistas que no economistos, periodistas, que no periodistos…- que no nos hemos quejado del “inclusivo” femenino. Escrito queda.