Perspectiva de género en adicciones
MIREIA PASCUAL
Las mujeres deben ser bonitas, emocionales, cuidadoras y mostrar amor. Los hombres deben ser racionales, tener éxito social, resolver conflictos con golpes sobre la mesa o violencia, arriesgar y ser cuidados. Estos son los mandatos sociales que impone la sociedad. Todo lo que no cumpla estos mandatos supone trasgredir los roles de género.
El sexo biológico es diferente del género. El sexo habla de las diferencias entre hombres y mujeres referentes a la biología. El género, en cambio, es una atribución social de lo que la sociedad entiende como hombre y mujer. Todos esos mandatos influyen en las personas, hombres y mujeres, que atraviesan desde el nacimiento cada aspecto. Algunos simplemente los harán suyos sin plantearse nada más, otros los integrarán todos, o algunos en parte y, otros, intentarán transgredirlos. Todo, absolutamente todo, va a influir: el modo en el se ha educado, el colegio donde se ha aprendido, la familia en la que se ha crecido, la sociedad en la que se está inmerso, el momento sociopolítico, la época histórica, etc. Si estos roles y mandatos afectan al día a día de todas las personas, es evidente que van a afectar también a la mujer en el campo de las adicciones.
Cualquier persona con adicción sufre un estigma social, es señalado y marcado, pero en el caso de la mujer, esto se hace más evidente. Esto ocurre, según Raquel Cantos Vicent, psicóloga social y consultora de investigación de la Fundación Atenea, porque la vida del consumo es totalmente incompatible con los mandatos atribuidos a las mujeres. Dejan de cuidar a los hijos, a los padres, a las parejas, a ellas mismas, etc. Dejan de mostrar amor, dejan de estar bonitas y dejan de gestionar las emociones propias y las de los demás.
Diferencias biológicas
“Las mujeres presentan una mayor vulnerabilidad al consumo de alcohol que los hombres”, así lo aseguraba Laura Orío Ortiz, doctora, investigadora y profesora en Farmacología por la Universidad Complutense de Madrid, tras presentar varios estudios: “Las investigaciones y los experimentos se han realizado de forma tradicional en barones ratones. Sabemos mucho del efecto del alcohol sobre el cerebro en ellos, pero poco en las mujeres, no se han tenido en cuenta las diferencias biológicas, como, por ejemplo, algo tan simple como el ciclo menstrual”. Ahora se están empezando a realizar los estudios con este enfoque y perspectiva de género. Si la biología entre hombre y mujer es distinta, el efecto del consumo debe ser distinto y además la farmacología utilizada presentará también diferencias.
Orío habló de una investigación con ratones hembras y varones en la que se exponían a ambos al alcohol. Podían elegir libremente beber agua o alcohol. En el experimento se vio que las hembras mostraban preferencia al alcohol en el inicio, más que los varones, pero en cambio, los varones incrementaban su consumo cuando esta exposición se medía en un periodo de tiempo más largo. La profesora también hizo referencia a la mayor vulnerabilidad de la mujer con respecto al estrés. El consumo de alcohol y cualquier otra droga, altera la dopamina y la serotonina (receptores cerebrales encargados del placer y la felicidad), en especial durante la adolescencia, y en concreto más en las mujeres. El estrés es biológicamente diferente en el hombre y en la mujer. El cortisol (la hormona del estrés) y otras hormonas funcionan diferente y, esto concluye en diferencias comportamentales entre ambos sexos. La misma cantidad de alcohol en hombres y en mujeres alcanza diferencias significativas en los niveles en sangre. Además, la doctora destacó que la deshidrogenasa (una molécula encargada de la destrucción del alcohol) tiene menor actividad en las mujeres y presentó también un estudio que se realizó entre estudiantes universitarios, en el que se observó que las mujeres que realizaban botellón con frecuencia experimentaban mayores problemas de memoria y de respuesta ejecutiva que los hombres.
Otros estudios señalan también distinciones significativas en la comorbilidad psiquiátrica (trastorno por uso de sustancias más una o varias enfermedades mentales) y los trastornos del estado de ánimo, y de nuevo las mujeres son más vulnerables. En cuanto a la epigenética (cambios producidos en el ADN a causa del ambiente), el alcohol es capaz de producir cambios en 50 genes. La doctora explicaba que solo 14 de esos 50 genes son comunes en hombres y mujeres. También la toxicidad del mismo actúa de forma desigual. En el caso de las mujeres, el alcohol tiene afectación en la materia blanca (flexibilidad, habilidades de comunicación, etc.) y en el caso de los hombres en la materia gris donde se encuentran los axones (trasportan y conducen los impulsos nerviosos).
Todas estas diferencias de raíz biológica, han hecho plantearse la necesidad de analizar también el efecto de muchos de los medicamentos que se utilizan en el tratamiento de las adicciones, y que se hayan empezado a realizar los primeros ensayos e investigaciones dirigidas a conocer el efecto real y distinto en ambos sexos: “Es muy necesario incrementar los estudios tanto preclínicos como clínicos desde una perspectiva de género”, asegura la farmacóloga.
Consecuencias psicosociales
Cantos expuso las conclusiones y observaciones tras la realización de dos estudios complementarios. En primer lugar, se analizó durante un período de tiempo amplio todo lo que se publicaba en las versiones digitales de los cuatro periódicos más leídos, seleccionados teniendo en cuenta las diferencias ideológicas. Y, en segundo lugar, se realizaron grupos de discusión sobre la imagen que socialmente hay de las personas con trastorno adictivo.
El estigma afloró con total evidencia. A la pregunta de qué se les venía a la mente cuando pensaban en una persona con trastorno adictivo, la imagen estereotipada general respondía a un hombre (con la consiguiente invisibilización de la mujer) de entre 35 y 50 años, peligroso, falto de higiene, vestido informal, enfermo que padece y contagia, violento, que vive en la calle, deteriorado físicamente, delincuente, solo y con problemas personales. La imagen que había en los años 80 cuando estaba presente el problema de la heroína.
Cuando se preguntaba de forma específica sobre la mujer la imagen era un mujer objeto sexual, que usa su cuerpo y sexualidad, ‘facilona’, deshinibida sexualmente, que reducía las conductas de protección (responsabilizándola de cualquier acto de agresión sexual), mala madre, mala mujer y mala esposa: “La mujer que consume trasgrede la imagen de lo que se espera de ella, y más cuando el consumo es problemático y resulta una adicción. Sus mandatos sociales son incompatibles con el consumo. Al contrario que en el caso de los hombres, que tienen un mandato que es el de ser atrevido y correr riesgos, donde el consumo de drogas cabe, aunque tampoco cuando se desarrolla una problemática”.
En las noticias las mujeres estaban totalmente invisibilizadas, el alcohol no se entendía como una droga, se atribuía la imagen de ‘yonkie’ y distinguía claramente entre el consumo de clases sociales. En el caso de las personas en situación de calle o población en general, se atribuía la drogodependencia como un estado, mientras que si se refería a personas famosas (mayoritariamente hombres también), al entender que aportan algo socialmente, la imagen de la drogodependencia se trasmitía como un hecho puntual y no un estado. Se repetía la idea de que el hombre consume por soledad, que el alcohol desinhibe y, por tanto, es el causante y activador de agresividad y violencia. Mientras que, en el caso de la mujer, el alcohol se entiende como el causante de bajar la guardia y que se le agreda sexualmente, haciendo así que ella sea responsable de los abusos que recibe por su desinhibición y vulnerabilidad.
En la clínica
3,3 millones de personas en el mundo fallecen como consecuencia del alcohol. De ellas, 3 de cada 4 son hombres y 1 de cada 4 mujeres; sin embargo, el doctor Francisco Pascual, Presidente de Socidrogalcohol, destacaba que los casos más graves de deterioro y fallecimientos que ha visto en sus años de trayectoria profesional, corresponden a mujeres.
El consumo de alcohol en las mujeres empieza en entornos sociales o con la pareja, aunque luego pasará a esconderse y realizarse en casa y en soledad. Lo utilizan como un alivio emocional, por sentimientos de soledad y no sentirse realizadas, con mucha frustración, problemas incapaces de superar y sentimientos de inferioridad.
Las consecuencias son: problemas familiares, de pareja, síndrome del nido vacío y vergüenza, muy relacionada con el estigma social, estigma sanitario y el autoestigma. Pascual destacó que es necesario el tratamiento holístico (médico, psicológico y social) y el trabajo tanto individual como grupal. Pero sobre todo, buscar qué pasa detrás del comportamiento adictivo, trabajar la motivación al cambio y ayudar a ‘dejar ir’ (parejas, trabajos, estilos de vida, etc.). Puso en duda la afirmación de que ellas tienen un peor pronóstico: “Tienen muchas fortalezas: aprovechan mejor la ayuda terapéutica, expresan más y mejor las emociones, interactúan con el grupo, aclaran dudas, tiene más implicación y sinceridad, más disposición y motivación, y un mayor cuidado físico y psíquico de ellas y de sus familias”.